Cesia Morán Culcay
cesia.moran@uartes.edu.ec
Niña, vomite esa rabia que la desborda, dice Ampuero dándote palmaditas en la espalda para desatorarte. Vomítela y asegúrese de que, al volverla a respirar, sus entrañas la lleven al punto de ebullición más alto para que devore las caretas de los clavos que le desangran los pies donde vaya.
Leer Visceral se siente así, como si María Fernanda Ampuero encontrara tu rabia escondida, comiéndose a mordiscos el estómago, y decidiera acompañarte para que la grites. Visceral se niega a convertir la garganta en su hogar. Una rabia acumulada, herencia materna, no se/te empequeñece para no incomodar. La rabia respira para ensordecer.
Visceral, escrito por la guayaquileña María Fernanda Ampuero (1976), es un libro híbrido, de esos que albergan cartas, ensayos y crónicas, publicado por la editorial Páginas de Espuma en abril de 2024. Se compone por veintiún capítulos que abordan la gordofobia, xenofobia, el neoliberalismo, colonialismo, la maternidad, el feminismo, la violencia de género y la violencia contra los cuerpos durante la pandemia COVID-19. Todo condensándose en un solo enunciado: la ira como único impulso para seguir respirando.
La narrativa, siguiendo el paso arrastrado de la rabia, uno que deja surcos ondulantes por donde circula, enuncia su terror de habitar el cuerpo desde la infancia hasta la adultez. El libro narra la manera en la que las relaciones con la comida se alteran al crecer siendo una mujer gorda y las visitas a clínicas que recetan inyecciones con efectos secundarios (la muerte); el cómo una intenta seguir cargando la vida en los brazos después de un abuso sexual, la culpa que no debería sentirse pero que existe bajo la lengua y no se expulsa porque, en palabras de Ampuero, a las mujeres nos fuerzan a no incomodar.
En algún momento de mi vida aprendí que hay que agachar la cabeza al pasar frente a un grupo de hombres, que hay que adoptar la posición de un animal dócil, que no puedes hacer movimientos bruscos, que si corres, ellos serán más rápidos, que lo que tienes que intentar alcanzar es la invisibilidad 一no molestarlos, nunca molestarlos 一, que tienes que demostrar respeto y nunca, nunca superioridad. Que la altanería los hombres te las hacen pagar.[1]
Visceral habla desde un Yo que conversa con el dolor con crudeza, pero que ingresa a las memorias colectivas de otros cuerpos que se ahogan por las agresiones ejercidas en su contra. Utiliza variadas personas gramaticales que acentúan la íntima conversación que se desarrolla con la comunidad lectora. Ampuero recoge sus pasos y se dedica a colgarlos en tendederos para asolearlos junto a los de otras mujeres, incluyendo las más familiares, como su madre y abuela.

Cuando la autora habla sobre la maternidad, la bifurca en dos puntos: la relación con la madre durante el crecimiento y el deseo mismo de ser madre. La voz narradora marca el paso del capítulo “Mórbida” con el bombeo arrítmico del corazón dentro del útero, un pum pum que a veces parece estallarles en los tímpanos a las madres que lo escuchan dentro de sus costillas.
Por supuesto que esta historia empezó con mi madre. Casi todo, por no decir todo, todo, todo, empieza con las madres. La de ella empezó con la de su madre y la de su madre con la suya. Así, retrocediendo hasta el principio de nuestros tiempos, a la gorda primigenia, la gorda eslabón perdido, la gorda original, como el pecado.[2]
Señala que, al crecer siendo gorda, el cráneo se lacera de tantas veces en las que lo cocachean con la responsabilidad de haber engordado a la madre con su nacimiento. Y Ampuero escribe, desde la médula, del cómo es convivir con la comparación materna murmurándote desde el hombro sobre sus fotos de soltera y los achaques con la respiración de la hija abrazada a su costilla.
En “Útero”, en cambio, la voz habla en segunda persona. Tú, se dice, tú con el útero adolorido cada que se mira la edad. Se dirige hacia sí, o a quien lea, como forma de demostrar que no puede olvidar que siente que le falla a su madre, y a sí misma. Y luego, sin aviso, vuelve al yo. Es una lucha interna en la que va perdiendo y se canta arrullos infantiles que destrozan.
La palabra “madre” está presente en varios capítulos, en algunas ocasiones es un ente que late desde las esquinas de las páginas, detrás de los números. Como en “Grita”, capítulo que se lee con el corazón en la boca y el estómago retorciéndose, golpeando enrojecido las paredes del vientre. Título que alberga diferentes etapas del crecimiento conviviendo en el mismo espacio: la infancia de la autora, en medio de sus veinte años y otra que se pronuncia desde el presente. En todas, el terror a morir hace el intento de consolarla en medio de la violencia que vive a manos de un(os) hombre(s). Y, luego, el silencio forzoso que graban otros en el cuerpo para que lleve en la espalda el suplicio, uno que no puede desbordarse y salpicar a otros. Se obliga al cuerpo a adueñarse del daño y cuidarlo. Acicalarlo todos los días mientras este le despedaza el nombre con los dientes.
Ampuero también escribe cartas, a su padre en especial. Escribe sobre lo pequeñita que se siente en España, un país que la analiza de pies a cabeza para decirle: contigo no tuve dolores de parto. Y la desconoce diciéndole “bárbara”. Y experimenta una soledad que busca ser acompañada con el ruido del grifo de la cocina abierto y el ventilador encendido, para poder hacerse un hogar en una nación extranjera: “¿Qué te puedo contar, padre, del Imperio?”[3]
Entre líneas, se reconoce una ausencia compartida, no solo de la patria sino también de la cercanía familiar. De lo conocido. De todo de lo que uno se adueña cuando se recorren las calles de su ciudad. De las memorias acuclilladas en los nombres de las calles. No se puede reconocer en ningún sitio por más años que se habita el nuevo lugar de residencia, porque ese es el punto en común para Ampuero: carencias. Hay diferencias entre las experiencias migratorias, recalca la obra, diferencia que se reconoce al decir que ella, Ampuero, tuvo suerte de soñar. Suerte de tener un trabajo y poder permitirse la indecisión de comprar un producto en los supermercados.
Porque hay personas migrantes a las que las promesas de arribar a otro país, uno en el que se jura que todos los sueños se cumplen, no tocan su puerta. Resulta que sí, que los sueños se cumplen, solo que únicamente a los nacidos en esa patria y al que vive con privilegio. Y duele por donde sus pies caminen, late una herida rota con miedo por vías que quieren expulsarlos, separados de su tierra y familia.
Al final, aunque los capítulos puedan tener un desenlace de tono íntimo, como un diálogo interno que drena lo oculto, la memoria relatada no es extraña; las páginas contienen experiencias compartidas que nos fuerzan a seguir respirando artificialmente de tanto que achacan el cuerpo. Visceral se lee entre pausas, en caso de necesitar un respiro al encontrarse dentro de la narración, y con el hervir furioso estomacal a flor de piel. María Fernanda Ampuero agarra su rabia, le hace una incisión en la yugular y tira de las palabras tragadas para que las vean. Visceral es un libro que, en cuanto terminas, dices: Aquí dentro no hay más espacio para empolvar el dolor, así que le pongo nombre y lo grito.
Referencias:
Ampuero, María Fernanda. Visceral. Páginas de Espuma: España, 2024.
Notas:
[1] María Fernanda Ampuero, Visceral (Páginas de Espuma: España, 2024), 82.
[2] Ampuero, Visceral…, 59.
[3] Ampuero, Visceral…, 39.
Raquel Plaza Mujica
12 de febrero de 2025 — 21:10
Muestra mucho dolor, angustias en su vida que busca la forma de defogar y sentir la paz y tranquilidad de una mejor vida junto al ser que más queremos porque nos dió un lugar y espacio para vivir a pesar del dolor e incertidumbre que esto significa, la lucha con ella misma de como se ve físicamente es aprender aceptarnos a nosotros mismos.
Níspero celeste
16 de febrero de 2025 — 16:29
La literatura de Ampuero siempre me hace pensar en lo sórdido dentro de lo cotidiano, especialmente si se trata de cuerpos de mujeres. Pareciera que son situaciones singulares, pero están lejos de pertenecer a dinámicas exclusivas en la realidad patriarcal que somete a todas y cada una de las diversas corporalidades. El lugar nos afecta. Visceral es otra grata entrega de Ampuero y esta reseña trajo de vuelta esa literatura venosa.