Rebeca Toala
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Faenar es diseccionar un cuerpo para el consumo; para saciar el hambre de una masa que pide alimento, que quiere detener aquella necesidad que a veces parece condena. Cementerio de moscas (2024), comienza con la celebración de esta ceremonia de cuerpecitos cortados en cuadros con una técnica adquirida por conocimientos ancestrales. Este libro de cuentos es de la autoría de la docente y escritora guayaquileña María Paulina Briones (Guayaquil, 1974), publicado por Ediciones Universidad Casa Grande. Aquí descansan textos de memorias litorales sumergidas por la infancia y abrazadas por la muerte que brota de una ciudad que se quema sola.
Diez cuentos conforman el panteón de insectos dípteros que recuerda la sensación de deambular por una casa con habitaciones que resguardan la «olla de los gnomos».[1] Las puertas se abren y dan la bienvenida a fisgones de un «lugar en el que el horror y ternura, opacidad existencial y conmoción entrañable se entreveran»[2] como menciona Fabián Darío Mosquera en su prólogo. Leer esta obra fue exactamente eso: visitar cuartos que se extienden en un pasillo familiar para terminar cayendo a abismos de vigilas sórdidas que pertenecen a los personajes. Entrar en este camposanto es enfrentarse a saber lo mismo que los narradores perdidos entre aguas costeñas, sorprendidos por plantas acuáticas, hambre o muertos. Cementerio de moscas construye, con retazos de evocaciones de la niñez, un espacio que se supone guardado con recelo por las distintas voces narrativas, pero que no deja la calidez del jugueteo entre infantes o personas que añoran el pasado. Al mismo tiempo, los cuentos tienen un devenir constante hacia lo oscuro.
A ello invita “Hambre/Faena”, el primer texto que da paso a la imagen de una cocina —o por lo menos eso se espera que sea— donde se cortan desde cubitos de vegetales hasta personas. El cuento consolida el cuadro de un ritual sostenido, en su mayoría, por mujeres que ponen su cabeza y manos para cebar por medio de la muerte. Se trata de un mismo acto que, debido a su constante realización, llega a perder importancia para la narradora cuando «[…] el trabajo se hacía mecánico».[3]
Aquí es común sentir la exposición de memorias añoradas, ensombrecidas por sucesos que al ser recordados pueden traer nuevas perspectivas. Como en “Cicatriz” donde una niña hurga secretamente pertenencias enclosetadas de su madre, en un intento de divertirse —o transformarse— y entrar en la fantasía, mientras la solitaria casa acompaña su crecimiento. Una vez Walter Benjamín dijo que, en su curiosidad, las infancias suelen resucitar objetos que visitan y se refirió a cómo el sentido de propiedad profundiza su relación con ellos por la posibilidad de habitarlos.[4] Entonces los elementos que crean recuerdos se vuelven nuestra historia. Es allí cuando la curiosidad que le provoca la parte superior del mueble antiguo a la protagonista se convierte en algo más que entretenimiento: crea un sitio que permanecerá en las memorias de su niñez. Algo muerto/dormido que habita en ella en cuanto lo olvida, pero que resurgirá si sostiene su existencia. La noción de pertenencia se apodera de quien rememora sus escabullidas al cuarto de su mamá, a su casa, ese lugar que resguarda de las gotas que caen del cielo grisáceo y el entrañable calor que brota entre el Salado que bordea los límites de la tierra. Claro que es posible habitar historias enterradas que surgieron de un juego de disfraces de la infancia.
Así pues, las situaciones extrañas y complicadas merodean los corredores que guían hacia las abundantes memorias jóvenes de los personajes, que crecieron entre parques polvosos y cajas con objetos que cuentan historias desconocidas. Esto sucede en “Como en un péndulo”, en cuyas páginas los recuerdos de las tardes de juegos se ven ofuscados por un evento trágico. Aquí un armario se convierte en megáfono de bochornos provenientes de la casa vecina, escuchados mayormente por la narradora y su hermano:
«Espiábamos. Escuchábamos los sollozos de la madre por las noches, el berreo del más pequeño todas las tardes. La guerra cotidiana de una niña cuya obligación era ser madre y padre.»[5]

Briones explora la cotidianidad siniestra de los espacios guayaquileños a través de las vivencias de sus narradores. “Como un péndulo” es uno de los cuentos que va hilando una situación violenta de abandono infantil, que poco a poco se transforma en algo cada vez más lúgubre. Todo sin decir demasiado al inicio, de modo similar a los secreteos mochados y los susurros que corren de boca en boca. Los adultos saben, los pequeños intentan comprender, pero los problemas ajenos pertenecen a sus respectivas casas. Nadie puede ponerle un nombre, porque enunciarlo significa aceptar la gravedad de su presencia. Sería conjurar tragedias.
En el texto homónimo, “Cementerio de moscas”, la narradora se encarga de una necrópolis con un sistema ritualista inventado por Denise, su prima. Las moscas, seres acostumbrados a ser servidores de lo sórdido, tienen la posibilidad de un sepulcro justo en un juego confidencial de niñas. Ellas han convertido su patio en un sitio de reposo y la narradora relata las acciones mientras se superpone el recuerdo de la muerte de un infante que ocurre en otro tiempo. Las niñas del cementerio han hurgado en la tierra tropical y creado espacio para las cajas de fósforos que suplen las camitas de madera, al mismo tiempo que cuerpecillos inertes de estos insectos crean las letras del título. Una situación oscura se crea en el fondo de la narración con los cuerpos que descansan en el manto terrestre y no es solo la muerte que vela a cada alma. Están los recuerdos que anochecen en la psiquis de quien narra, buscando un poco de aire para seguir respirando entre otras memorias.
En “Passiflora Incarnata” la imagen de Primitiva se siente incluida en el cuerpo de quien narra, siendo una presencia que cubre todo con su existencia. Primitiva es la cuidadora que se vuelve amante envuelta en flores con tintes morados que acarician a la protagonista. Aquí, la enfermedad y lo erótico son anudados para volver al hambre que se encuentra de inicio a fin en estos cuentos. Son dos mujeres mayores que tratan de cuidarse con amor, de vivir su sexualidad a pesar de las dolencias, hasta que la violencia de la ciudad decida tocar su timbre. Esa misma hambre de vida sorprende también en “Cadáveres dentro de casa” donde el mundo se ha consumido por la gripe de Hubei o coronavirus. Es la angurria por otro día más que nace de tener cuerpos inertes y/o fantasmales que borbotea mucho más apetito de vivir:
Pienso en los incendios porque siempre fuimos la ciudad del fuego. Y salgo. Me he reincorporado al ruido. Otras puertas se van abriendo lentamente en las casas de mi barrio, y poco a poco escucho pitos, las voces, la vida.[6]
El mal sabor de boca no dejó de hacerse presente mientras la lectura se sumergía en el espacio pandémico. La vida que se convirtió en suerte o tripa y aquellos años se revolvieron en el diafragma atosigado de tragedias. La imagen del cuento rememora los cadáveres que tenemos guardados en los percheros. Que tema más intranquilo para hablar que la pandemia en un cementerio de moscas, cuando apenas puedes flotar entre los lechuguines.
La literatura que brota de María Paulina Briones sumerge cuerpos en las realidades acuáticas que, igual que en la superficie, se estremecen en cada toque, en cada visita. Estos son espacios enredados entre lianas de una cinta cinematográfica que rescata fotos antiguas, calles viejas, programas de infancia y barrios polvosos del puerto salado. Es el aposento para el descanso de figuritas con alas que no terminan en el olvido; esos que parecen minúsculos, nimios, traslúcidos, extraviados y que cerca de la noche se arropan entre la tierra húmeda.
Referencias bibliográficas
Benjamín, Walter. Cuadros de un pensamiento. Buenos Aires: Imago Mundi, 2013.
Briones Layana, María Paulina. Cementerio de moscas. Guayaquil: Ediciones Universidad Casa Grande, 2024.
Notas
[1] María Paulina Briones Layana, “Hambre/Faena” en Cementerio de moscas (Guayaquil: Ediciones Universidad Casa Grande, 2024), 13.
[2] Fabián Darío Mosquera, “Prólogo” en Cementerio de moscas (Guayaquil: Ediciones Universidad Casa Grande, 2024), 5.
[3] Briones, Cementerio de moscas …, 13.
[4] Walter Benjamín, “Desembalo mi biblioteca” de Cuadros de un pensamiento (Buenos Aires: Imago Mundi, 2013), 95.
[5] Briones, Cementerio de moscas …, 24.
[6] Briones, Cementerio de moscas …, 49.
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